Cuando una persona ingresa en prisión, se la aparta temporalmente de la sociedad, de la familia, de los amigos,...
Tal separación física y emocional no es absoluta. Además de las comunicaciones telefónicas y escritas, existen comunicaciones orales, familiares e íntimas en las que se facilitan el contacto verbal y/o la proximidad con sus seres queridos.
La frecuencia de estos encuentros suele ser semanal para las comunicaciones orales o "por cristales", y mensuales para las demás, es decir, las familiares e íntimas o "vis a vis".
Son derechos contemplados en la Ley Orgánica General Penitenciaria y en el Reglamento Penitenciario, ya que como objetivos últimos, se persigue la reeducación y resocialización de las personas privadas de libertad, objetivos difíciles de llevar a cabo sin el apoyo de una sólida red social y familiar (para otro momento dejaré la institucional).
Estos encuentros, tan deseados por el interno y la familia, pueden resultar negativos al tratamiento si no se preparan y trabajan con anterioridad. Es cierto que tener una entrevista con la familia supone a veces, un ejercicio de malabares para ajustar fecha y horarios con la agenda de tus propios compañeros (en la prisión en la que trabajo tenemos un solo despacho de atención al público), a lo que hay que añadir las dificultades de desplazamiento del familiar en cuestión, ya que las prisiones, por lo general, se encuentran alejadas de los núcleos urbanos y abarcan población de toda la provincia. Sin embargo, buscar el espacio y el tiempo para la familia resulta esencial.
Son muchos los casos, en los que la comisión del delito, ha tenido como principal motivación una situación económica familiar deficitaria. A menudo, el hombre, que siempre ha ejercido en la familia en cuestión el rol de único sostenedor económico, ve en el acto delictivo una salida rápida y efectiva.
Ante esto, la familia tiende a minimizar el delito, exculpar al interno y reforzarlo. Al fin y al cabo, lo único que le movió fué la necesidad de cuidar de su esposa e hijos, es decir, el amor a su familia. Una familia que, a su vez, se siente responsable de la reclusión del interno. Romper ese círculo no es fácil y establecer un vínculo positivo con el interno y la familia tampoco. No obstante, poco podremos trabajar si no es teniendo en cuenta este hecho.
Hacer participe a la familia en la reinserción del interno en prisión y prestar atención a los mensajes que emitan, va a condicionar la futura reinserción del interno. Al fin y al cabo, los discursos de la familia son más influyentes que los nuestros o, cuando menos, van a enfatizarlos.
Queramos o no, y sobre todo en los momentos iniciales, nos van a percibir como representantes de la institución que los tiene recluidos más que como profesionales de ayuda, pero eso ya para otra entrada.
Por Elena Salinas
Trabajadora Social del C.P. Almería y compañera
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